Chalecos amarillos: ¿un cuestionamiento radical de la democracia representativa?
14 dic.
2018 Por PHILIPPE MARLIÈRE - LE BLOG DE
PHILIPPE MARLIÈRE https://blogs.mediapart.fr/philippe-marliere/blog/141218/gilets-jaunes-une-remise-en-cause-radicale-de-la-democratie-representative
Traducción:
Silvia Laria
Con su rechazo instintivo de toda forma de delegación y de representación política, los “Chalecos amarillos” subvierten dos siglos de acción política, apisonando reglas y circunspección. Esa podría ser la gran novedad del movimiento, más que otra cosa.
Afortunados son los comentadores y dirigentes
políticos que temprano pudieron discernir naturaleza y objetivos del movimiento
de los chalecos amarillos. Por mi
parte, aun hoy me cuesta interpretar un movimiento atravesado por corrientes
contradictorias y paradójicas.
Es un eufemismo decir que el movimiento de los chalecos amarillos no corresponde a
ningún otro movimiento mayor en la historia francesa contemporánea. Desde Mayo
del 68, lo que caracterizaba a los movimientos sociales era su legibilidad
política. O eran desencadenados por los sindicatos, a los que luego se sumaban
los partidos políticos, o eran producto de acciones espontáneas de ciertas
categorías (estudiantes, enfermeras, ferroviarios), rápidamente encuadradas por
sindicatos y partidos políticos.
Lo que está en juego sobre la democracia representativa
En todo caso, se inscribían dentro del juego de la
democracia representativa, desde que el sufragio universal se instaló y amplió
progresivamente. La división del trabajo
de representación era clara y neta: a los sindicatos la defensa de los
intereses categoriales de los trabajadores, a los partidos políticos la tarea
de articular/transformar esas reivindicaciones categoriales en proposiciones
políticas a través de las instituciones políticas (parlamento, gobierno).
La democracia representativa es un régimen en el que
los ciudadanos son gobernados por medio de sus representantes electos a quienes
delegan su poder. Hay que señalar que los fundadores de esta forma de gobierno
la opusieron a la noción misma de democracia. Emmanuel-Joseph Sieyès reconocía
la oposición entre gobierno republicano representativo y democracia.[[1]]
En un discurso pronunciado después del comienzo de la revolución,
Sieyès - para quien el Tercer Estado (el pueblo) era “todo”-, expuso sin rodeos
la distinción entre los dos regímenes: “Los
ciudadanos pueden entregar su confianza a algunos de entre ellos. Es por la
utilidad común que se nombran representaciones más capaces que ellos mismos de
conocer el interés general, y de interpretar su propia voluntad. La otra manera
de ejercer su derecho a la formación de las leyes es contribuyendo uno mismo
inmediatamente a hacerla. Esa contribución inmediata es lo que caracteriza la
verdadera democracia. La contribución mediata designa el gobierno representativo.
La diferencia entre
esos dos sistemas políticos es enorme”. [[2]]
Los dirigentes revolucionarios de 1789, comparables a
los dirigentes de derecha y de izquierda de hoy (hombres blancos, de edad madura y de extracción
burguesa), eligieron la “democracia republicana” contra la “verdadera
democracia”. Son conocidos los principales motivos que se evocaron para
justificar esa decisión: complejidad de organizar una democracia directa en un
país con población numéricamente importante, pero también supuesta
incompetencia política de un pueblo infantilizado y desposeído de su poder político.
Conservadores, liberales y socialistas siempre
coincidieron en considerar que el pueblo debía quedar en lo posible al margen
de los procesos de decisión política. Hoy deploran al unísono la abstención
creciente en las elecciones o la supuesta apatía de los electores. Pues si los
ciudadanos desertan masivamente las urnas ¿qué crédito otorgar a ese régimen
representativo en el que los representantes terminan por representar solo a sí mismos?
Rechazo radical de la representación
Los chalecos amarillos son portadores de múltiples
reivindicaciones políticas más o menos claras y coherentes (fiscalidad más
justa, salarios, estado de los servicios públicos, más democracia y orden,
reforma constitucional, inmigración, etc.), pero expresan sobre todo una crítica
radical del régimen de representación política. En primer lugar, en las consignas y los slogans:
“El pueblo es soberano”, “Macron, no somos tus ovejas”, “Acuso este sistema que
engorda a los ricos y mata de hambre a los pobres”, “Los representantes electos
tendrán que rendirnos cuenta”. Las críticas más acerbas se dirigen al presidente
de la República, pero el conjunto del personal político es objeto de
comentarios cargados de desprecio, burla y a veces odio.
Por ello me parece fuera de lugar hablar de recuperación
del movimiento, por derecha o por izquierda. Puntual y localmente, hay
militantes políticos que tratan de organizar los chalecos amarillos y de influenciar su accionar. Pero esas
acciones, aunque no haya que subestimar su importancia, no pueden ocultar una
tendencia más fuerte y original del movimiento: la radical desconfianza hacia
la representación y las instituciones políticas. Por empezar, la representación
del movimiento mismo no es para nada evidente. Portavoces regionales elegidos a
través de un voto por internet, fueron inmediatamente rechazados por otros chalecos amarillos que se negaron a que
hablasen en su nombre. Fueron tan fuertes las presiones sobre ellos (algunos
recibieron amenazas de muerte) que hicieron abortar un recibimiento de esos
representantes en Matignon [sede del primer ministro].
Aquí se desmorona más de un siglo de representación
obrera. El movimiento socialista había aceptado el principio burgués de la
representación política. Los cuadros y representantes de partidos y sindicatos
reciben efectivamente mandato de sus camaradas
para tomar decisiones en su nombre. Roberto Michels [sociólogo italiano,
de origen alemán], que trabajó a principios del siglo XX sobre el SPD alemán
(partido socialista que él consideraba como “el más democrático del mundo”),
concluyó su estudio con una constatación terriblemente pesimista: la
representación partidaria provoca la emergencia de una categoría de
profesionales de la política que, muy pronto, querrá defender su visión de las
cosas y sus propios intereses materiales en contra de los de los representados.
Tan fuerte es esta tendencia en cada organización política que Michels la llama
“ley de bronce de la oligarquía”: “Quien
dice organización dice tendencia a la oligarquía. En cada organización, ya se
trate de un partido, de una unión de oficios, etc., la inclinación aristocrática
se manifiesta en modo muy pronunciado. El mecanismo de la organización, al
mismo tiempo que la dota de una estructura sólida, provoca graves cambios en la
masa organizada. Invierte completamente las posiciones respectivas de los jefes
y de la masa. La organización tiene como efecto de dividir todo partido o todo
sindicato profesional en una minoría dirigente y una mayoría dirigida.” [[3]]
Vista la desconfianza, y hasta el rechazo instintivo
del principio de representación por el “pueblo de chalecos amarillos”, se puede formular la hipótesis de que, en
principio, ese movimiento no beneficiará a ninguna fuerza política: ni a los
partidos (viejos, nuevos, “movimientos gaseosos” [ni verticales ni
horizontales], de derecha, de izquierda, populistas o no, etc.), ni a los
sindicatos. Hasta el diputado François Ruffin, “el más chaleco amarillo” de los representantes políticos en Francia, fue
apartado de los lugares de concentración en Flixecourt (Somme), en el corazón
mismo de su circunscripción. El chaleco
amarillo referente de ese grupo declaró: “No estamos en contra ni a favor
de François Ruffin, pero no queremos ninguna recuperación política.” [[4]]
Con su modus operandi, los chalecos amarillos subvierten dos siglos de acción política, apisonando reglas y circunspección. Mucho más que otra cosa, ahí estaría la gran
novedad del movimiento.
No estoy prediciendo por ello el derrumbe inminente
del sistema clásico de representación política. Aunque en crisis, este
sobreviviría pero de la manera débil y errática que conocemos desde hace años:
tasas de abstención récord en las elecciones y capacidad muy débil de los
representantes –en todos los niveles- para generar la adhesión popular en torno
a su acción política.
¿La izquierda podrá al fin ser democrática?
¿Son los chalecos
amarillos extraterrestres de la política? No, al contrario; son ciudadanos comunes con
ingresos modestos que votan a la izquierda, a la derecha y, probablemente, se abstienen
aun más [[5]]. Simplemente han dejado de creer en el juego de la democracia
representativa. Para algunos, no queda otra solución; para otros, se trata de
una perversión insostenible de la “verdadera democracia” en la cual se reconocen.
A mediano plazo, todo es posible: la caída del monarca
Macron (sin que esto sea para nada seguro) o un rebote pos-movimiento de tinte
conservador, un contragolpe comparable al de mayo del 68. La población
atemorizada por un movimiento muy radicalizado podría tentar de plebiscitar una
agenda que proponga el “retorno al orden”. Además, si las consignas sociales se
eclipsaran a favor de reivindicaciones más identitarias (principalmente la
cuestión de la inmigración), el Rassemblement
national [partido de extrema derecha, ex Front national] estaría en óptima posición para rentabilizar la
plusvalía electoral del movimiento. [[6]]
La izquierda podría aprovechar de los chalecos amarillos para reconectarse con
el pueblo de los inicios del movimiento obrero. Pero tendría que llevar a cabo
una revolución copernicana en su modo de funcionamiento y en su relación con la
acción política. Y tendría que aprender al fin a funcionar de modo democrático:
paridad absoluta en todos los niveles, fin de la profesionalización de los
mandatos políticos (limitados en número y en tiempo), derecho de revocación de
los dirigentes, colegialidad de las direcciones. Ningún partido de izquierda
practica realmente una tal democracia. A falta de ser radicalmente de
izquierda, la izquierda podría intentar ser radicalmente democrática, popular
en definitiva.
Traducción:
Silvia Laria
[2] Emmanuel-Joseph
Sieyès, “Démocratie et système représentatif”, discurso del 7 septembre de 1789.
[3] Roberto
Michels, Les Partis politiques. Essai sur les tendances oligarchiques
des démocraties, primera publicación en 1914.
[4] “François
Ruffin de retour à Flixecourt”, Le Courrier picard, 8 décembre
2018, http://www.courrier-picard.fr/153974/article/2018-12-08/francois-ruffin-de-retour-flixecourt
[5] “Gilets
jaunes : une enquête pionnière sur la révolte des revenus modestes”, Le
Monde, 11 décembre 2018, https://www.lemonde.fr/idees/article/2018/12/11/gilets-jaunes-une-enquete-pionniere-sur-la-revolte-des-revenus-modestes_5395562_3232.html
[6] Un sondeo realizado el 7 y 10 de diciembre por
Ifop, sobre las intenciones de voto para las elecciones europeas, parecería
confirmarlo: https://www.ifop.com/publication/lintention-de-vote-aux-elections-europeennes/