Chalecos Amarillos


Chalecos amarillos: ¿un cuestionamiento radical de la democracia representativa?

Traducción: Silvia Laria




Con su rechazo instintivo de toda forma de delegación y de representación política, los “Chalecos amarillos”  subvierten dos siglos de acción política, apisonando reglas y circunspección.  Esa podría ser la gran novedad del movimiento, más que otra cosa.

Afortunados son los comentadores y dirigentes políticos que temprano pudieron discernir naturaleza y objetivos del movimiento de los chalecos amarillos. Por mi parte, aun hoy me cuesta interpretar un movimiento atravesado por corrientes contradictorias y paradójicas.  
Es un eufemismo decir que el movimiento de los chalecos amarillos no corresponde a ningún otro movimiento mayor en la historia francesa contemporánea. Desde Mayo del 68, lo que caracterizaba a los movimientos sociales era su legibilidad política. O eran desencadenados por los sindicatos, a los que luego se sumaban los partidos políticos, o eran producto de acciones espontáneas de ciertas categorías (estudiantes, enfermeras, ferroviarios), rápidamente encuadradas por sindicatos y partidos políticos.
Lo que está en juego sobre la democracia representativa
En todo caso, se inscribían dentro del juego de la democracia representativa, desde que el sufragio universal se instaló y amplió progresivamente.  La división del trabajo de representación era clara y neta: a los sindicatos la defensa de los intereses categoriales de los trabajadores, a los partidos políticos la tarea de articular/transformar esas reivindicaciones categoriales en proposiciones políticas a través de las instituciones políticas (parlamento, gobierno).
La democracia representativa es un régimen en el que los ciudadanos son gobernados por medio de sus representantes electos a quienes delegan su poder. Hay que señalar que los fundadores de esta forma de gobierno la opusieron a la noción misma de democracia. Emmanuel-Joseph Sieyès reconocía la oposición entre gobierno republicano representativo y democracia.[[1]]
En un discurso pronunciado después del comienzo de la revolución, Sieyès - para quien el Tercer Estado (el pueblo) era “todo”-, expuso sin rodeos la distinción entre los dos regímenes: “Los ciudadanos pueden entregar su confianza a algunos de entre ellos. Es por la utilidad común que se nombran representaciones más capaces que ellos mismos de conocer el interés general, y de interpretar su propia voluntad. La otra manera de ejercer su derecho a la formación de las leyes es contribuyendo uno mismo inmediatamente a hacerla. Esa contribución inmediata es lo que caracteriza la verdadera democracia. La contribución mediata designa el gobierno representativo. La diferencia entre esos dos sistemas políticos es enorme”. [[2]]
Los dirigentes revolucionarios de 1789, comparables a los dirigentes de derecha y de izquierda de hoy (hombres  blancos, de edad madura y de extracción burguesa), eligieron la “democracia republicana” contra la “verdadera democracia”. Son conocidos los principales motivos que se evocaron para justificar esa decisión: complejidad de organizar una democracia directa en un país con población numéricamente importante, pero también supuesta incompetencia política de un pueblo infantilizado y desposeído de su poder político.  
Conservadores, liberales y socialistas siempre coincidieron en considerar que el pueblo debía quedar en lo posible al margen de los procesos de decisión política. Hoy deploran al unísono la abstención creciente en las elecciones o la supuesta apatía de los electores. Pues si los ciudadanos desertan masivamente las urnas ¿qué crédito otorgar a ese régimen representativo en el que los representantes terminan por representar solo a sí mismos?
Rechazo radical de la representación
Los chalecos amarillos son portadores de múltiples reivindicaciones políticas más o menos claras y coherentes (fiscalidad más justa, salarios, estado de los servicios públicos, más democracia y orden, reforma constitucional, inmigración, etc.), pero expresan sobre todo una crítica radical del régimen de representación política.   En primer lugar, en las consignas y los slogans: “El pueblo es soberano”, “Macron, no somos tus ovejas”, “Acuso este sistema que engorda a los ricos y mata de hambre a los pobres”, “Los representantes electos tendrán que rendirnos cuenta”. Las críticas más acerbas se dirigen al presidente de la República, pero el conjunto del personal político es objeto de comentarios cargados de desprecio, burla y a veces odio.
Por ello me parece fuera de lugar hablar de recuperación del movimiento, por derecha o por izquierda. Puntual y localmente, hay militantes políticos que tratan de organizar los chalecos amarillos y de influenciar su accionar. Pero esas acciones, aunque no haya que subestimar su importancia, no pueden ocultar una tendencia más fuerte y original del movimiento: la radical desconfianza hacia la representación y las instituciones políticas. Por empezar, la representación del movimiento mismo no es para nada evidente. Portavoces regionales elegidos a través de un voto por internet, fueron inmediatamente rechazados por otros chalecos amarillos que se negaron a que hablasen en su nombre. Fueron tan fuertes las presiones sobre ellos (algunos recibieron amenazas de muerte) que hicieron abortar un recibimiento de esos representantes en Matignon [sede del primer ministro].
Aquí se desmorona más de un siglo de representación obrera. El movimiento socialista había aceptado el principio burgués de la representación política. Los cuadros y representantes de partidos y sindicatos reciben efectivamente mandato de sus camaradas  para tomar decisiones en su nombre. Roberto Michels [sociólogo italiano, de origen alemán], que trabajó a principios del siglo XX sobre el SPD alemán (partido socialista que él consideraba como “el más democrático del mundo”), concluyó su estudio con una constatación terriblemente pesimista: la representación partidaria provoca la emergencia de una categoría de profesionales de la política que, muy pronto, querrá defender su visión de las cosas y sus propios intereses materiales en contra de los de los representados. Tan fuerte es esta tendencia en cada organización política que Michels la llama “ley de bronce de la oligarquía”: “Quien dice organización dice tendencia a la oligarquía. En cada organización, ya se trate de un partido, de una unión de oficios, etc., la inclinación aristocrática se manifiesta en modo muy pronunciado. El mecanismo de la organización, al mismo tiempo que la dota de una estructura sólida, provoca graves cambios en la masa organizada. Invierte completamente las posiciones respectivas de los jefes y de la masa. La organización tiene como efecto de dividir todo partido o todo sindicato profesional en una minoría dirigente y una mayoría dirigida.”  [[3]]
Vista la desconfianza, y hasta el rechazo instintivo del principio de representación por el “pueblo de chalecos amarillos”, se puede formular la hipótesis de que, en principio, ese movimiento no beneficiará a ninguna fuerza política: ni a los partidos (viejos, nuevos, “movimientos gaseosos” [ni verticales ni horizontales], de derecha, de izquierda, populistas o no, etc.), ni a los sindicatos. Hasta el diputado François Ruffin, “el más chaleco amarillo” de los representantes políticos en Francia, fue apartado de los lugares de concentración en Flixecourt (Somme), en el corazón mismo de su circunscripción. El chaleco amarillo referente de ese grupo declaró: “No estamos en contra ni a favor de François Ruffin, pero no queremos ninguna recuperación política.” [[4]]
Con su modus operandi, los chalecos amarillos subvierten dos siglos de acción política, apisonando reglas y circunspección. Mucho más que otra cosa, ahí estaría la gran novedad del movimiento. 
No estoy prediciendo por ello el derrumbe inminente del sistema clásico de representación política. Aunque en crisis, este sobreviviría pero de la manera débil y errática que conocemos desde hace años: tasas de abstención récord en las elecciones y capacidad muy débil de los representantes –en todos los niveles- para generar la adhesión popular en torno a su acción política.
¿La izquierda podrá al fin ser democrática? 
¿Son los chalecos amarillos extraterrestres de la política?  No, al contrario; son ciudadanos comunes con ingresos modestos que votan a la izquierda, a la derecha y, probablemente, se abstienen aun más [[5]]. Simplemente han dejado de creer en el juego de la democracia representativa. Para algunos, no queda otra solución; para otros, se trata de una perversión insostenible de la “verdadera democracia” en la cual se reconocen.
A mediano plazo, todo es posible: la caída del monarca Macron (sin que esto sea para nada seguro) o un rebote pos-movimiento de tinte conservador, un contragolpe comparable al de mayo del 68. La población atemorizada por un movimiento muy radicalizado podría tentar de plebiscitar una agenda que proponga el “retorno al orden”. Además, si las consignas sociales se eclipsaran a favor de reivindicaciones más identitarias (principalmente la cuestión de la inmigración), el Rassemblement national [partido de extrema derecha, ex Front national] estaría en óptima posición para rentabilizar la plusvalía electoral del movimiento. [[6]]
La izquierda podría aprovechar de los chalecos amarillos para reconectarse con el pueblo de los inicios del movimiento obrero. Pero tendría que llevar a cabo una revolución copernicana en su modo de funcionamiento y en su relación con la acción política. Y tendría que aprender al fin a funcionar de modo democrático: paridad absoluta en todos los niveles, fin de la profesionalización de los mandatos políticos (limitados en número y en tiempo), derecho de revocación de los dirigentes, colegialidad de las direcciones. Ningún partido de izquierda practica realmente una tal democracia. A falta de ser radicalmente de izquierda, la izquierda podría intentar ser radicalmente democrática, popular en definitiva.


Traducción: Silvia Laria




[1] Emmanuel-Joseph Sieyès, Qu’est-ce que le Tiers-État ?, primera publicación en enero de 1789.
[2] Emmanuel-Joseph Sieyès, “Démocratie et système représentatif”, discurso del 7 septembre de 1789.
[3] Roberto Michels, Les Partis politiques. Essai sur les tendances oligarchiques des démocraties, primera publicación en 1914.
[4] “François Ruffin de retour à Flixecourt”, Le Courrier picard, 8 décembre 2018, http://www.courrier-picard.fr/153974/article/2018-12-08/francois-ruffin-de-retour-flixecourt
[5] “Gilets jaunes : une enquête pionnière sur la révolte des revenus modestes”, Le Monde, 11 décembre 2018, https://www.lemonde.fr/idees/article/2018/12/11/gilets-jaunes-une-enquete-pionniere-sur-la-revolte-des-revenus-modestes_5395562_3232.html
[6] Un sondeo realizado el 7 y 10 de diciembre por Ifop, sobre las intenciones de voto para las elecciones europeas, parecería confirmarlo: https://www.ifop.com/publication/lintention-de-vote-aux-elections-europeennes/