El carnaval es una de las fiestas populares de mayor
tradición en la historia de la humanidad. Su celebración tiene su origen
probable en los rituales paganos a Baco, el dios del vino; en los festines que
se realizaban en honor al buey Apis en Egipto; o en las "saturnalias"
romanas, en honor al dios Saturno.
Con el paso del tiempo, el carnaval fue adoptado por los
pueblos que poseen tradición cristiana, precediendo a la cuaresma. El término
carnaval proviene del latín medieval carnelevarium ("quitar la
carne") refiriéndose a la prohibición religiosa de consumir carne en esos
días.
Hoy, es una celebración popular, alejándose de su significado religioso.
Con el correr de los años, el carnaval fue adoptando estilos
diferentes según cada país. En América incorporó elementos originarios y hasta
alcanzó ribetes místicos precolombinos.
Son muy famosos por ejemplo, el Carnaval de Río de Janeiro
en Brasil, el de Oruro en Bolivia, el de Venecia en Italia, o el de
Gualeguaychú en nuestro país, se encargan de trasmitir los estadios de
felicidad que los caracterizan, haciendo que participantes y espectadores se
contagien con el audaz ritmo de las "batucadas", disfrutando de un
espectáculo lleno de brillo, luz y sonido sin precedentes.
El carnaval fue introducido en Buenos Aires por los
españoles.
El festejo también ocupaba el espacio público. Los bailes y
los juegos con agua inundaban las calles.
Desde los balcones llovían fuentones, huevos ahuecados rellenos con
agua, baldes de agua de lavanda para mojar a los amigos y de agua con sal para
los enemigos.
El desenfreno y el bullicio que se generaban durante esos
días no eran más que “costumbres bárbaras” para las clases altas, las cuales se
oponían fervientemente al festejo del carnaval. En la época del Virrey Vertiz,
entre 1770 y 1784, los bailes se limitaron a lugares cerrados y el toque de
tambor, sello identitario de la importante población africana que habitaba
Buenos Aires, era castigado con azotes y hasta un mes de cárcel.
Durante la primera y segunda gobernación de Juan Manuel de
Rosas -entre 1829 y 1852- por decreto, se censuró, se castigó y se prohibió
dicho festejo hasta 1854, año en que el gobierno de Buenos Aires autorizó la
realización de bailes de máscaras y juegos de agua.
Sarmiento, durante su presidencia, en 1869 promovió el
primer corso oficial de la ciudad de Buenos Aires. Participaba activamente de
estos festejos junto a las murgas y comparsas, compuestas principalmente por
afrodescendientes, que eran una de las mayores atracciones. También lo eran la
elaboración de disfraces y máscaras que intentaban igualar, sin distinción, a
todos los participantes.
Los afroargentinos del tronco colonial experimentaban el
carnaval como un ámbito más donde compartir su música. Los toques, las danzas y
cantos formaban parte de su vida cotidiana, con una significación profunda. Los
blancos, en cambio, eran quienes vivían el carnaval a la usanza del viejo
continente, donde se lo concebía como un espacio acotado para la liberación de
las normas opresivas, donde la alegría, la burla y el desenfreno estaban
permitidos.
En el siglo XX la influencia de los inmigrantes italianos y
españoles fue resignificando el carnaval, introduciendo ritmos, danzas y
vestimentas propias de sus lugares natales. De a poco, se produjo el pasaje de
las comparsas de candombe a las murgas, que comenzaron a bailar y tocar en los
corsos. La migración a Buenos Aires de mediados de siglo, proveniente de las
provincias argentinas y de los países limítrofes, generó un fuerte impulso a
las murgas porteñas.
A partir de 1976, durante la dictadura
civico-militar-eclesiastica, se eliminó al carnaval del calendario oficial de
festejos y se detuvieron sus manifestaciones callejeras, lo cual provocó una
invisibilización en el ámbito público.
En 1983, a pesar de que sólo habían sobrevivido una decena
de murgas, el fenómeno carnavalesco continuó con mucha fuerza en los barrios y
volvió a ganar el espacio público hasta que, en 2010, se restituyeron
oficialmente los feriados nacionales del lunes y martes de carnaval.
Bueno, hasta aquí, la historia
Pero, lo más importante: Esta es una fiesta especial
Donde todos participamos
Siempre fue una fiesta desafiante del orden establecido
Una fiesta que produce la cultura no esperada por los que
mandan y por eso tantas veces prohibida
Los disfraces, la idea del anonimato de los disfraces como
forma de borrar, por un instante, la desigualdad de las clases sociales.
Es una fiesta que se mantiene en sus raíces y es y produce,
esencialmente, comunidad
Una fiesta que no se transforma en un gran negocio, evento o
espectáculo.
Vivimos una época en que la supervivencia es todo para cada
uno de nosotros. Desviarse de ese condicionamiento es volver a la vida.
De este tipo de fiestas surge un nuevo nosotros
¡Viva la fiesta! ¡Viva la vida!
Alejandro Dolz